Al comenzar la actividad empresarial hay que tomar “decisiones óptimas” acerca de la inversión inicial a acometer y su financiación, de modo que con unas previsiones determinadas de flujos de tesorería a generar, en los siguientes años se recupere lo invertido en el menor tiempo posible y se empiece a rentabilizar el negocio.
Así mismo, también hay que contemplar y analizar situaciones que se dan con la “empresa en funcionamiento” tales como la necesidad de reemplazo o ampliación de equipos, abandono de líneas de negocio, outsourcing o conveniencia de externalización de servicios, sopesar entre alquilar o comprar determinados activos.